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Microrrelatos
Silencio y Soledad
La oscuridad encierra la madrugada del
Sábado Santo veleño, bajo un manto azul marino en el que la intensidad
de la luna llena se vislumbra tras las nubes que bailan en un cielo que
hacía tan solo unos instantes había cesado su descarga de lágrimas, en
forma de lluvia, por la muerte de Jesucristo. Pom, pom, pom. Se abren las puertas de San Francisco. “Primera Estación: Jesús es Condenado a muerte…”
La Virgen de la Soledad ya está en la calle. Las luces se apagan, la
gente acompaña el rezo del santo rosario a su paso, mientras un tambor
ronco marca a los horquilleros que rompen el silencio de la noche al
golpear los adoquines del casco histórico de Vélez con las tradicionales
horquillas que mantiene esta cofradía. Nuestra Madre vaga sola tras la
pérdida de su hijo, al que ha bajado de la cruz para darle cristiana
sepultura.
Vanesa Fernández Rojas
Un negro manto
Tras un negro manto, un anónimo penitente camina como sombra peregrina
en espiral de oración, recogiendo cada tétrica madrugada los llantos de
un corazón malherido lacerado de dolor. Su latido lo marca un ronco
tambor. Su congoja, una suerte de tristes lágrimas que caen derramadas
en el olvido de una lóbrega fosa. Allí dejó enterrado al que tuvo nueve
meses en sus maternales entrañas. De allí regresa su tierna Madre,
sepultada en el vacío de un insondable abismo. De nada le sirvió clamar
si ya obtuvo el silencio por respuesta. Mas la Gracia logró lo que la
razón no consiguiera. Que a pesar del infortunio y de las espadas,
caminara confiada aguardando designio mejor. Y tras de sí, la sombra
descalza la sigue, sintiendo cada fría piedra bajo sus pies. Aguardando
junto a la que llama su Madre ese Cielo prometido porque un día su
soledad confortó la suya.
Lorenzo A. Cabezuelo Heras
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