miércoles, 6 de marzo de 2013

Microrrelatos

 

 

Silencio y Soledad

La oscuridad encierra la madrugada del Sábado Santo veleño, bajo un manto azul marino en el que la intensidad de la luna llena se vislumbra tras las nubes que bailan en un cielo que hacía tan solo unos instantes había cesado su descarga de lágrimas, en forma de lluvia, por la muerte de Jesucristo. Pom, pom, pom. Se abren las puertas de San Francisco. “Primera Estación: Jesús es Condenado a muerte…” La Virgen de la Soledad ya está en la calle. Las luces se apagan, la gente acompaña el rezo del santo rosario a su paso, mientras un tambor ronco marca a los horquilleros que rompen el silencio de la noche al golpear los adoquines del casco histórico de Vélez con las tradicionales horquillas que mantiene esta cofradía. Nuestra Madre vaga sola tras la pérdida de su hijo, al que ha bajado de la cruz para darle cristiana sepultura.

Vanesa Fernández Rojas

Un negro manto

Tras un negro manto, un anónimo penitente camina como sombra peregrina en espiral de oración, recogiendo cada tétrica madrugada los llantos de un corazón malherido lacerado de dolor. Su latido lo marca un ronco tambor. Su congoja, una suerte de tristes lágrimas que caen derramadas en el olvido de una lóbrega fosa. Allí dejó enterrado al que tuvo nueve meses en sus maternales entrañas. De allí regresa su tierna Madre, sepultada en el vacío de un insondable abismo. De nada le sirvió clamar si ya obtuvo el silencio por respuesta. Mas la Gracia logró lo que la razón no consiguiera. Que a pesar del infortunio y de las espadas, caminara confiada aguardando designio mejor. Y tras de sí, la sombra descalza la sigue, sintiendo cada fría piedra bajo sus pies. Aguardando junto a la que llama su Madre ese Cielo prometido porque un día su soledad confortó la suya.

 Lorenzo A. Cabezuelo Heras

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