viernes, 8 de enero de 2010

Fragmentos relativos a la Soledad en algunos pregones.

Pregón 2006: D. José Humberto García del Corral

Las luces se apagan y asistimos al dolor que la “Soledad” de una madre padece, al ver cómo se va de su lado, para siempre, el hijo que adora. Sus hermanos, con sus rezos y plegarias, la intentan reconfortar del helor que siente su corazón partido por un puñal, que no ha conseguido quitarle la vida y sí hundirla en un profundo dolor, emblema de esta hermandad.

La puerta y los arcos de la Iglesia de San Francisco la arropan en su salida. Se nos presenta de forma humilde acompañada de sus hermanos vestidos con ropajes franciscanos negros, como en un recordatorio de aquellos franciscanos que fueron probablemente, los que motivaran hace siglos esta expresión pública de Fe, la Muy Antigua e Ilustre Cofradía de Nuestra Señora de la Soledad de San José del Carmen (Servitas)

Siempre en pos de Cristo en su Sepulcro, por las calles de nuestro pueblo. Son tantas las lágrimas que brotan de esos tus tristes ojos que me pregunto, (+) Madre mía, si ese rostro será capaz de volver a sonreír.

Es ya madrugada del Sábado Santo y la Virgen se queda sola en nuestras calles, con la única compañía de sus fieles y el leve toque de un tambor , iluminada tan solo en su recorrido por los cirios y velas que estos portan, en muestra indudable de duelo por Cristo nuestro Señor. ¡¡Virgen de la Soledad, no llores. Jamás te dejaremos sola.!!

Este es un momento muy intenso para el que se encuentra ante vosotros en esta tribuna, que hoy me habéis otorgado, para transmitiros mis humildes palabras de Fe y cariño hacia nuestros Sagrados Titulares.

Pregón 2007: D. José Ruíz Núñez

Decimoséptima estación.

La noche avanza lentamente. La madrugada se presenta ante nosotros en la plaza de San Francisco, un marco sobrecogedor. La fachada principal del templo, iluminada suavemente por centenares de velas de promesas, dispuestas a iniciar su camino, vibran con la suave brisa de la noche. La multitud, en silencio, espera la salida de la Virgen de la Soledad, paradigma de contradicción, Soledad acompañada. No estás tan sola Madre.

Arriba, en el negro y oscuro cielo, la luna, generosa, plena y luminosa, no quiere perderse ni un solo instante de tan singular momento. En medio, entre corazones rojos de escapularios, abriéndose las puertas del Templo, surge, como de la nada, la Señora de la Soledad, la Reina de los solitarios, de los tristes y afligidos. La Madre que llora desconsolada la muerte de su Hijo amado, la Madre que debe dar sepultura al fruto de su vientre. ¡Que drama para una Madre!

Los rezos entrecortados de las voces de la noche se suceden como anónima, pero omnipresente letanía.

“Acuérdate de la hora
en que te nombró Jesús,
mi Madre y mi protectora,
en el árbol de la Cruz”.

Lentamente, y con el fondo de oración, se abre camino el solitario cortejo entre la multitud. La cara de María, suavemente iluminada por una celestial corona de fulgurantes estrellas, nos transmite la tragedia ocurrida. Jesús yace en el sepulcro, y ella queda sola, plena y eternamente sola, en la más solitaria Soledad. Tres ángeles a los pies de María con el cabello mecido por la brisa del amanecer intentan paliar la pena de esta mujer.
Los Misterios del Rosario se suceden, las plegarias salen de nuestros labios como bálsamos reparadores.

“Sálvame Virgen María,
óyeme, te imploro con fe.
Mi corazón en Ti confía,
Virgen María sálvame”.

La noche se encamina a su fin, poco a poco, las tintineantes llamas de las promesas se van apagando, el cortejo se va perdiendo en la oscuridad del Templo, los fieles, acongojados y cansados, abandonan la plaza, los hermanos dejan el sobrio trono en el suelo, las estrellas fulgurantes dejan de lucir y un silencio escalofriante se adueña de la escena. Nuestros corazones quedan contigo Madre para acompañarte en tu gran Soledad.

Pregón 2008: D. Diego Ignacio Ramos Villaspesa

Llevo días sin escribir. Numerosos problemas personales me
distraen. Por eso, os decía hace un momento que “no se escribe cuando se
puede, sino cuando tu corazón quiere”.

Una noche cualquiera, el desasosiego me embarga y me desvelo. Tu
imagen llena mis sentidos y entonces me digo: “Este es el momento de
decirte algunas “cosillas”, Virgen de la Soledad.”

Por lo pronto ¡qué diferencia! Mi soledad es humana; la tuya, divina:
no me están saliendo las cosas bien, siento que me falta el apoyo de
conocidos y amigos y…, me revelo… Pero a Ti, Madre mía te falta nada
menos que tu Hijo, el Hijo de Dios.

Este pensamiento me alivia, me tranquiliza, porque ¿cómo se pueden
comparar ambas soledades?

Hago una pausa, respiro hondo, el silencio de la noche retumba en
mis oídos y entonces me digo: “¡Que gran error!” El egoísmo personal no
me ha dejado ver que:

-Soledad es la del niño abandonado.
-Soledad es la de las miles de personas que mueren en “soledad”,
porque no tienen quienes les acompañen.
-Y, sobre todo, soledad es la tuya, la de la Madre del Salvador que ha
visto morir a su Hijo.

Tuve que esperar algunos años para verte por las calles de Vélez,
puesto que mis padres se resistían a dejarme deambular tan tarde por ese
entramado de recorrido que se iba oscureciendo a tú paso.
No recuerdo la fecha pero si el lugar: la calle de S. Francisco. Por lo
pronto una interminable hilera de penitentes sin capirote me comenzó a
llamar la atención; luego, al notar que las luces se iban apagando, sentí
algo de miedo, y todo ello envuelto por una letanía de padrenuestros y
avemarías que me encogían el corazón.

Por fin, al fondo y en la penumbra Tú, la suprema Soledad, en un
pequeño trono de madera llevado sólo por doce o catorce horquilleros.
No salía de mi asombro: ni música, ni estandartes, ni enseres, ni
cetros: la calle se llenaba con el sonido de un tambor ronco, Tú y, sobre
todo, Tu soledad. De nuevo el contraste: el mismo pueblo, la misma fe pero que tiene
la grandeza de manifestarla de dos formas diferentes; tan válidas, tan
profundas y tan sentidas una como otra.

En Vélez la grandiosidad del Jueves Santo no chirría con la
sobriedad de la madrugada del Sábado de Gloria. Difícil de entender…,
para otros. Para nosotros…, no, porque sabemos que en ese momento vas arrastrando junto a ti a todo un pueblo, ayudándote a encontrar a Tú Hijo todavía muerto, pero sabiendo, que resucitaría y entonces esa oscuridad que te envuelve se iba a convertir en Luz de Salvación.

Bendita seas, Madre de la Soledad, porque esta noche plagada de
problemas personales, has sabido trasmitirme que hay muchos caminos que recorrer, muchas vidas que vivir, que donde menos te lo esperas, se encuentra la esperanza de un mundo mejor.
El sueño casi me vence y entonces recuerdo una coplilla que me
ayuda a retirarme a descansar:

Tú, Soledad, en mi cuarto, eres mi mejor compañera.
Estás en la noche conmigo, y amaneces a mi vera.
Si me duermo, te adormeces, me desvelo y te desvelas.
Eres la que sabe de mis sueños, eres la que mejor me aconseja.

Pregón 2009: D. Antonio Manuel Garrido Moraga

Sola, sobre el severo carrete, sola, tres ángeles portan el escapulario del rojo
corazón, la medalla y la corona de espinas, no son angelitos juguetones, se han detenido
para llorar y acompañarte, Virgen de la Soledad, como sonámbula vagas por las
calles de Vélez y todos queremos acompañarte sin hacer ruido, silencio. Son siglos
en este camino que no lleva a ninguna parte, sólo al laberinto del dolor, a la suprema
angustia. Avanzas rasgando la seda de la madrugada, quebrando los sueños del terciopelo
en las amargas estancias del recuerdo y de la memoria. Soledad, tres sílabas
en la desolación de la quimera.

En la tradición secular de la Semana Santa es la Virgen en la soledad de su abandono, en la locura de su paso vacilante después de dejar a Jesús en el sepulcro, el último acto de la conmemoración.

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