La advocación de "soledad" es una devoción casi exclusivamente española cuyos orígenes se encuentran durante el siglo XVI. Sin embargo, no tiene refente explícito en los Evangelios por lo que hemos de suponer, principalmente por la Tradición, que tras la muerte de su Hijo, María quedó sola al estar privada como Madre de su Hijo. En realidad, esta soledad tiene una dimensión más profunda de lo aparente, puesto que dicha soledad abarcó de igual modo al resto de la creación al verse privada del salvador.
En el pasaje apocalíptico citado más arriba, aparece repleto de símbolos y metáforas, desde donde la cofradía toma referencia, marcando su esencia mariana y representándola en la media luna plateada del trono. Aunque algunas interpretaciones se refieren a la "Nueva Jerusalén" o a la Iglesia como novia de Jesús, tradicionalmente se ha querido ver en esta mujer a la Madre de Dios. Ella es mujer y está en el Cielo porque fue asumpta al mismo. Dio a luz al varón que se sienta junto al trono de Dios. Aparece coronada porque es reina del Cielo (Quinto misterio glorioso). Está vestida por el sol de la justicia (Isaías 7,11-14). Juan la llama la "señal". Es la nueva Eva pues pugna con el dragón o el pecado (Génesis 3,15). Y por esta razón y por muchas otras, se ha representado iconográficamente bien en la pintura o en la imaginería (muy difundida en Antequera) a María con la media luna a sus pies.
La soledad María, que además representa el séptimo dolor meditado en la corona dolorosa, es un referente en la piedad popular que mira en ella un referente de dolor del que encuentra consuelo para sobrellevar sus dolores y soledades personales. Sin embargo, este vacío interior tiene un valor pedagógico y es la de enseñarnos que cada día necesitamos de Dios, pues Él es el único que da sentido a nuestra existencia y el único que acompaña de manera incondicional nuestra vida amándonos como hijos suyos. Y María como fragmento que refleja el Misterio, nos lo muestra para acudir a Él y salvarnos.